viernes, 25 de septiembre de 2009


LA FE DEL CENTURIÓN



Mt 8,5-22
5 Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, suplicándole: 6 «Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre terriblemente.» 7 Jesús le dijo: «Yo iré a sanarlo.» (Lc 5,8) 8 El centurión contestó: «Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Di no más una palabra y mi sirviente sanará. 9 Pues yo, que no soy más que un capitán, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le digo a uno: Vete, él se va; y si le digo a otro: Ven, él viene; y si ordeno a mi sirviente: Haz tal cosa, él la hace.»
10 Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe. (Lc 13,29) 11 Yo se lo digo: vendrán muchos del oriente y del occidente para sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, (Lc 13,28) 12 mientras que aquellos a quienes se destinaba el Reino serán echados a las tinieblas de afuera: allí será el llorar y rechinar de dientes.»
Mt 9,29
Mt 15,28
(Jn 4,50) 13 Luego Jesús dijo al capitán: «Vete a casa, hágase todo como has creído.» Y en ese mismo momento el muchacho quedó sano.

El centurión, mandaba a cien soldados romanos. Como tal era un hombre capaz, que sabía dirigir pero también obedecer a sus superiores. Un hombre maduro, pero que se había acercado al judaísmo, paradójicamente formando parte de un ejército de ocupación, oprimiendo a la nación a la cual pertenecía Jesús. Aquí les planteo a las personas que interceden, la posibilidad de colocarnos en cualquiera de las tres posiciones, a fin de aprender como seres humanos que interceden. Podemos ubicarnos junto con Jesús, junto con el centurión y junto con el muchacho enfermo.


Entramos primero al corazón de Jesús. Acaba de sanar un leproso que se le acercó. Muchedumbres venían a Él para que les enseñara y los sanara....; el intercesor tiene que aprender a rezar desde el corazón de Jesús. En esa época no había cura para la lepra, por eso se aislaba a los leprosos. El corazón de Jesús no tuvo distancia con él. Por eso tampoco le escandalizó que viniera a pedirle por la salud del muchacho, un centurión romano. El corazón de Jesús es misericordioso, y a la vez es justo. Se conmueve por el gesto delicado y amoroso del rudo centurión y a la par es justo por percibe y reconoce el grado de fe del soldado romano. Jesús puede actuar, para ser justo, según el grado de fe que tiene quien le pide. Recordemos que uno de los aspectos centrales de la fe, es el tipo y calidad de relación que hay entre Dios y el hombre. Jesús da de lo que tiene, y la relación que tiene con el Padre es absoluta. Él es el primer intercesor que pide por el muchacho enfermo, y a la vez obra con poder.

Aprendiendo a ubicarnos en el corazón del centurión encontramos Fe y humildad. La combinación perfecta para que Dios otorgue sus más hermosas gracias a la gente que se las pide. Fe, porque el centurión creyó con todo su corazón que Jesús podía curar a su siervo. No dudó del poder de Jesús en su corazón. Observamos que Dios quiere educarnos a través de la fe de esta persona. Hay una certeza interior que Dios concede a la persona que reza, cuando es el caso de que debe pedir tal cosa. En el carisma de fe, no es una fe necia y ciega, sino que brota del conocimiento y trato habitual que se tiene con Dios, conocimiento que implica descubrir su voluntad. Tal es la relación que el centurión tiene con Dios, que SABE que Jesús no necesita ir a su casa para curarlo, y es esa relación que tiene con el Dios de los judíos, que le permite reconocer en Jesús, al mismo Dios.
Humildad, porque siendo centurión y romano, que tenían en ese tiempo al pueblo judío dominado, no le ordenó a Jesús como si fuera un igual o una persona de menor rango. Todo lo contrario. Se humilló delante de Él y despojándose de su condición de dominador de las gentes, reconoció su condición de hombre necesitado de Él.

Poniéndome en el corazón del joven enfermo, aprendo, que en las situaciones difíciles, en este caso el riesgo de muerte por enfermedad, el enfermo se pone en manos de quien lo ama, el centurión, y por la fe en él, en Jesús. A la par es la actitud de lucha por su vida. Entrega y tenacidad en la lucha por el bien de la salud. El enfermo acepta su condición, pero lo hace sanamente luchando por su vida. El intercesor, si ocupa el lugar del muchacho, aprende que puede entregar las cruces y problemas diarios por la persona, familia o país por el cual intercede, y lo debe hacer con las actitudes del muchacho.


Para terminar, aunque se podría decir mucho más, tengamos en cuenta, que en la liturgia, antes de la comunión, se nos invita a repetir las palabras del centurión, para poder recibir adecuadamente a Jesús, y permitirle actuar: "SEÑOR, YO NO SOY DIGNO DE QUE ENTRES EN MI CASA, PERO UNA PALABRA TUYA BASTARÁ PARA SANARME".



Practica muchas veces esto y lo podrás hacer con otro.

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