jueves, 26 de noviembre de 2009

Virgen del Carmen

Terry Ross, 23 años, sargento de alpinistas escoceses, desembarca en Francia, para eliminar una estación de radio cercana. Una explosión como un relámpago al asaltar la estación y cuando recobró el conocimiento estaba en el hospital.
Después de muchas operaciones y largos días, pide al cirujano le diga la verdad: Sí, ya no recuperará la vista.
Por primera vez desde su niñez lloró a lágrima viva, apretando la sábana contra la boca. Sin saber cómo, tocó algo que agarró con fuerza. Era un escapulario de la Virgen del Carmen. En voz baja murmuró: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”. Y entonces, en su desesperación, sintió que una mano apretaba la suya, y una voz de mujer le preguntaba:
-¿Me llamas, Terry?
El pobre muchacho se aferró a la mano de la enfermera:
-No, hermana; no estaba llamando; pero, por favor, hágame compañía un rato, que me siento horriblemente solo…
-Vamos, hombre; así no habla un soldado valiente como tú. Recuesta la cabeza mientras te refresco la frente. ¿Acaso no puedes dormir?
Terry rompió en un torrente de confusiones y desahogos. Luego las dulces palabras de la enfermera le dejaron plenamente tranquilo… Se durmió.
Cuando despertó, la venda de los ojos se le había caído. Alzó la mano para enderezarla y se detuvo de repente, vio a alguien.
-¿Eres tu Juan? -preguntó con ansiedad.
-Sí señor -respondió el enfermero-. Usted disculpe si le he despertado…
-Eso no importa, Juan. Acércate aquí más, más.
La voz de Terry sonaba ansiosa.
-Dime, Juan, ¿tú tienes una escoba en la mano izquierda? ¿Y eres alto y delgado y llevas gafas?
El viejo dejó la escoba y echó a correr. A los pocos minutos llegó el doctor y le hizo un minucioso examen:
-Es imposible de explicar Ross; pero dentro de pocas horas tendrás perfecta visión.
Ross preguntó ansiosamente:
-¿Cuál de las enfermeras estaba de servicio anoche?
-Ninguna Ross; ¿por qué lo preguntas?
-Es que cuando se apagaron las luces yo no me quedé dormido hasta cuando ella vino.
-Ella, ¿quién es ella? Te digo Terry, que aquí no había enfermera alguna.
No, no había sido un sueño. El había experimentado la angustia de un temor mortal, y había rezado: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros… y estaba curado (Tomado del “Mensajero del Corazón de Jesús”, Buenos Aires, 1944, pg. 280; lo narra A.W. Obrien, periodista canadiense en la guerra mundial).

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